28/2/23

EL ZORRO Y EL CONEJO (Cuento de Ciro Alegria)


Escribe:  Aníbal  Arredondo

¡Un buen cuento! Me parece que tiene mucha riqueza de material. El arte de escribir precede al pensamiento, y es el mayor tesoro que está en lo más hondo del alma.

Distinguido lector disfrute de este cuento, que resumo aquí y saque su propia conclusión del contenido.

Una vieja tenía una huerta en la que diariamente hacia perjuicios un conejo. La vieja, desde luego, no sabía quién era el dañino. Fue así como dijo: Pondré una trampa. Puso la trampa y el conejo cayó, por qué llego de noche y en la oscuridad no pudo verla.

Mientras amanecía, el conejo se lamentaba: Ahora vendrá la vieja, tiene muy mal genio y quién sabe si me matará. En eso pasó por allí un zorro y vio al conejo: ¿Qué te pasa? le preguntó riéndose. El conejo le respondió: La vieja busca marido para su hija y ha puesto trampa. Ya ves, he caído, lo malo es no quiero casarme: ¿Por qué no ocupas mi lugar?, La hija es buena moza.

El zorro pensó un rato y después dijo: ¡Tiene bastantes gallinas¡, y soltó al conejo y se puso en la trampa. El conejo se fue y poco después salió la vieja de su casa y acudió al ver la trampa: ¡Ah ¿Conque tú eras?, dijo, y se volvió a la casa. El zorro pensaba; seguramente, vendrá con la hija. Al cabo de un largo rato retorno la vieja, pero sin la hija y con un fierro caliente en la mano. El zorro creyó que era para amenazarlo a fin de que aceptara casarse y se puso a gritar: ¡Si me caso con su hija! ¡Si me caso con su hija! La vieja se le acercó enfurecida y comenzó a chamuscarlo al mismo tiempo que le decía; ¿Conque eso quieres?; te comiste mi gallina ceniza, destrozas la huerta y todavía deseas casarte con mi hija. ¡Toma ¡, ¡toma.! Y le quemaba el hocico, el lomo, la cola, las patas, la panza. La hija apareció al oír el alboroto y se puso a reír viendo lo que pasaba. Cuando el fierro se enfrió, la vieja soltó al zorro. ¡Ni más vuelvas¡., le advirtió. El zorro dijo; "Quien no va a volver más es el conejo". y se fue, todo rengo y maltratado.

Días van, días vienen. En una hermosa noche de luna, el zorro encontró al conejo a la orilla de un pozo. El conejo estaba tomando agua. ¡Ah! Le dijo el zorro, ahora caíste. Ya no volverás a negarte; ¡Te voy a comer¡. El conejo le respondió: Esta bien, pero primero ayúdame a sacar ese queso que hay en el fondo del pozo. Hace rato que estoy bebiendo y no consigo terminar el agua. El zorro miro, sin notar que era el reflejo de la luna, dijo ¡Qué buen queso! Y se puso a beber. El conejo fingió beber en tanto que el zorro tomaba el agua con tanto empeño. El zorro tomó agua hasta que se le hincho la panza que rozaba el suelo. El conejo le preguntó ¿Puedes moverte? El zorro hizo la prueba y sintiendo que era imposible, respondió; ¡No¡. Entonces el conejo fugó. Al amanecer se fue la luna y el zorro se dio cuenta de que el queso no existía, lo que aumentó su cólera contra el conejo.

Días van, días vienen. El zorro encontró al conejo mientras este se hallaba mirando volar a un cóndor: Ahora sí te como, le dijo. El conejo le contesto. Bueno, pero espera a que el cóndor me enseñe a volar. Me está dando lecciones. El zorro se quedó viendo el gallardo vuelo del cóndor y exclamó ¡Es hermoso!, Me gustaría volar. El conejo grito. Compadre cóndor, compadre cóndor. El cóndor bajo y el conejo le explicó que el zorro quería volar. El conejo le guiñó un ojo. Entonces el cóndor dijo: Traigan dos  lapas, o sea dos grandes calabazas partidas, el cóndor y el conejo lo cosieron en los lomos del zorro. Después el cóndor le ordenó: Sube a mi espalda. El zorro lo hizo y el cóndor levanto el vuelo. A medida que ascendían, el zorro iba amedrentándose y preguntaba: ¿Me aviento ya? El cóndor le respondía: Espera un momento., para volar bien se necesita tomar altura. Así fueron subiendo hasta que estuvieron más alto más alto que el cerro más alto. Entonces el cóndor dijo: ¡Aviéntate! El zorro se lanzó, pero no consiguió volar, sino que descendía verticalmente dando volteretas. El conejo que lo estaba viendo, gritaba. ¡mueve las lapas! ,¡mueve las lapas! El zorro movía las lapas que se entrechocaban sonando trac, trac, trac, trac, pero sin lograr sostenerlo. ¡Mueve las lapas! seguía gritando el conejo. Hasta que el zorro cayo de narices en un árbol. Lo que impidió que se matara, aunque siempre quedo bastante rasmillado. Vio en el árbol un nido de pajaritos y dijo. Ahora me los comeré. Un zorzal llego piando y le suplico: ¡No los mates! Son mis hijos. Pídeme lo que quieras, pero no los mates. Entones el zorro le pidió que le sacara las lapas y le enseñara a silbar. El zorzal le saco las lapas y sobre el Silvio le dijo: Tienes que ir donde el zapatero para que te cosa la boca y te deje solo un agujerito. Llévale algo en pago del trabajo, después te enseñaré.

El zorro bajó del árbol y en pajonal encontró una perdiz con sus crías. Atrapo dos y siguió hacia el pueblo, La pobre perdiz se quedó llorando. El zapatero que vivía a la entrada del pueblo, recibió el obsequio y realizó el trabajo. Luego según lo convenido, el zorzal dio las lecciones necesarias. Y desde entonces, el zorro muy ufano, se pasaba la vida silbando. Olvido que tenía que comerse al conejo por qué la venganza se olvida con la felicidad. Se alimentaba con miel de las abejas. El conejo por su parte lo veía pasar y decía: Se ha dedicado al silbo. Y con la boca cosida no podrá comerme. Pero no hay bien que dure siempre. La perdiz odiaba al zorro y un día se vengó del robo de sus tiernas crías. Iba el zorro “flui, flui”. Soplaba encantado de la vida: fliu, fliu,. La perdiz de pronto salió volando cerca de sus orejas, a la vez que piaba del modo más estridente: pi,pi,pi,pi. El zorro se asustó abriendo tamaña boca y: ¡guac! y se rompió la costura y se quedó sin poder silbar. Entonces recordó que tenía que comerse al conejo.

Días van, días vienen. Encontró al conejo al pie de una peña. Apenas este distinguió a su enemigo, se puso a hacer como que sujetaba la Peña para que no lo aplastara. ¡Ahora no te escapas¡, dijo el zorro acercándose. Y tú tampoco respondió el conejo. Esta peña se va a caer y nos aplastara a ambos. Entonces el zorro asustado, salto hacia la Peña y con todas sus fuerzas la sujetó también. Pesa mucho dijo pujando. Si afirmó el conejo, y dentro de un momento quizá se nos acaben las fuerzas y nos aplaste. Cerca hay unos troncos. Aguanta tu mientras voy a traer uno. Bueno dijo el zorro. El conejo se fue y no tenía cuando volver, el zorro jadeaba resistiendo la Peña y al fin resolvió apartarse de ella dando un ágil un largo salto. Así lo hizo y la Peña se quedó en su sitio, entonces el zorro comprendió que era engañado una vez más y dijo. La próxima vez no haré caso de nada.

Días van, días vienen...El zorro no conseguía atrapar al conejo que se mantenía siempre alerta y echaba a correr apenas lo divisaba. Entonces resolvió ir a cogerlo en su propia casa. Preguntando, preguntando a un animal y a otro, llego hasta la morada del conejo. Era una choza de achupallas. El dueño se hallaba moliendo ají en un batan de piedra. Ah dijo el zorro, ese ají me servirá para comerte bien guisado. El conejo le contesto: Estoy moliendo por qué dentro de un momento llegaran unas bandas de pallas. Tendré que agasajarlas. Vienen "diablos" y cantantes. Si tú me matas, se pondrán tristes y ya no querrán bailar y cantar. Ayúdame más bien a moler el ají. El zorro acepto diciendo: Voy a ayudarte por ver las pallas, pero después te comeré. y se puso a moler. El conejo, en un descuido del zorro, cogió un leño que ardía en el fogón cercano y prendió fuego a la choza. Se sabe que las achupallas son unas pencas que arden produciendo detonaciones y chasquidos. El zorro pregunto por los ruidos y el conejo respondió: Son las pallas, suenan los látigos de los diablos y los cohetes. El zorro siguió moliendo y el conejo dijo: Echare sal al ají, simulando hacerlo cogió un poco de ají y les arrojó a los ojos del zorro. Este quedo enceguecido y el conejo huyó. El fuego se propagó a toda la choza y el zorro buscaba a tientas la puerta, se chamuscó entero mientras lograba salir. Estuvo muchos días con el cuerpo y los ojos ardientes por las quemaduras y el ají.
Pero una vez que se repuso, dijo. Lo encontraré y comeré ahí mismo. Se dedicó a buscar al conejo día y noche.

 Después de mucho tiempo pudo dar con él. El conejo estaba en un prado tendido largo a largo, tomando el Sol. Cuando se dio cuenta de la presencia del zorro, ya era tarde para escapar. Entonces continuó en esa posición y el zorro supuso que dormía y no podría escapar. Entonces exclamó muy satisfecho, “el que tiene enemigo no duerme", ahora si te voy a comer. En eso el conejo soltó un cuezo. El zorro olió y muy decepcionado dijo. ¡Huele mal! ¿Cuántos días hará que ha muerto?, y se marchó. Desde entonces el conejo vivió una existencia placentera y tranquila. Hizo una nueva choza y se paseaba confiadamente por el bosque y los campos.

Días van, días vienen…días van días vienen…El zorro lo distinguía por allí comiendo su yerba. Entonces se decía. Es otro. Y seguía su camino.

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